jueves, 14 de junio de 2012

El pobrecito señor x, Ricardo Castillo

En 1980, Ricardo Castillo publica El pobrecito señor X y en ese año gana el Premio Carlos Pellicer de poesía. Sorprende, sin embargo, que este autor no tenga más presencia o no se hable más de él, más que en algunos pequeños círculos literarios. Por su lenguaje, Castillo debería de ser recordado por muchos, mencionado e incluso citado; su acercamiento al lenguaje es tan llano, tan a ras de tierra que se pega.

Para acercase de manera directa a su estética, si acaso tiene una, hay que usar sus palabras. Castillo afirma, en un poema llamado “La Chaqueta”, que “el hombre puede encontrar su pandero sentimental sin raspaduras/ sin las jorobas de la tal Belleza”. Al ningunearla el poeta va deshojando su libreta sentimental poco a poco. No solamente hay referencias al recuerdo de sus padres, a su ciudad natal (Guadalajara) sino todo un mundo en el que la soledad que rodea al poeta se expresa de manera directa, con un lenguaje cotidiano pero muy eficaz, lo que decantaría el balance a favor de la naturalidad ante el artificio poético. Según Antonio Alatorre, “idealmente, lo que hace el arte es imponerse a la vida bruta, refinar al hombre, civilizarlo”; según Ricardo Castillo, en El pobrecito señor x, es exactamente lo contrario, es capaz de mostrarnos brutos, sin civilidad.

En él, Arte, Belleza, Sentimiento, se ven con ojos desconfiados, como si el autor sospechara de su larga tradición. Y no es que denueste el sentimiento o recele de la belleza, sino que les quita el oropel y no las exalta, las describe. “Lástima que pensemos todavía que el sentimiento es delicado como el papel de china”. De esta manera, maneja a su antojo sus emociones, engrandeciéndolas al hacerlas pequeñas. Por lo tanto, su sentimentalismo está formado con las cosas, con las palabras claras de todos los días. La metáfora es sustituida por objetos concretos, como en el poema “Testiculario” donde señala “mi corazón echa vinagre,/ mi esqueleto se marea/, el muy puto se lleva las manos a la cabeza/ y dice que la muerte es un puchero sentimentalón difícil de tragar como el pinole”. Así, poco a poco, Castillo desgrana un universo personal. La ironía y la señalización directa sin ningún eufemismo son parte de su estilo y, por qué no decirlo, de su certeza. Sólo hay que fijarse en algunos de los títulos de sus poemas: “Testiculario”, “La chaqueta”, “Las nalgas” u “Oda a las ganas”, donde, sin consideración por las buenas costumbres y sin ningún tipo de solemnidad poética, le da sentido existencial a la masturbación, el apetito sexual o las simples ganas de mear.

A veces parece dudar un poco de sí, como en el poema “El poeta del jardín” y siente que tiene “la obligación/ como poeta consciente de lo que su trabajo debe ser/” y escribir por encargo, gratis. “Señor poeta, haga un poema de un triste pendejo”, le pide un señor, a lo que el poeta contesta “no hay tristes que sean pendejos/ y nos fuimos a emborrachar”. El mismo tacha tajantemente la obligación de su agenda y se asume como un poeta sin otra meta que la poesía, su poesía.

El título del libro ya rezuma su contenido. Existe en él un poeta, autobiográfico o no, que usa el lenguaje como escapatoria a sus problemas existenciales, pero expresándose como cualquier hijo de vecino. El pobrecito señor x trata de abrirnos los ojos: sus poemas son un reflejo de nuestros pensamientos cuando hablamos directamente al espejo. Este diálogo interno, inconsciente, que está rodeado de papeles de baño, este “sentimentalismo chato” es la pulpa de la poesía del tapatío. Aunque, a veces, se ve empañado por exactas notas dulces, como de alegría, como de sazón, frente a la desazón latente de todo el libro, “como si el sentimentalismo chato/ fuera más importante que aquellos momentos/ en los que se hinchan los testículos de las puras ganas de vivir”.

Sorprende que a más de 30 años de su publicación El pobrecito señor x no figure en las lecturas obligadas de todo aspirante a lector (o poeta); su manejo del lenguaje diáfano, de ese lenguaje que usamos cuando pensamos y nos enojamos, debería de tener un lugar preponderante en los gustos de los lectores mexicanos (porque ante todo la literatura de Castillo es sumamente mexicana). Si en algún tiempo se distinguió a la poesía como un objeto creado por el hombre para tratar de imitar a la naturaleza y superarla, en este pequeño libro de poesía (que se lee de un sentón) se expresa lo contrario. Su poesía es innovadora pues rompe con la idea del artificio poético al permitir al poeta expresarse como se le dé la gana. Que no tenga formas métricas, que sus encabalgamientos sean arbitrarios, que sus versos sean largos como la prosa, no excluyen una estética personal y única, una manera de entender la poesía. Y como bien dice Castillo “yo más bien quiero/ tener tus piernas por bufandas/ y horadar ese montoncito de nubes/ que cubren, transparentes, tus pantaletas”. Porque en lo cotidiano está la soledad, en la chaqueta, en el sexo, en las pinches ganas que todos tenemos de mear.

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