lunes, 23 de abril de 2012

sin título

A una chica que pasa (a quien le di el poema) y que no me peló

Eres puntual.
Pasas cada día a la misma hora.
Vistes siempre guapa.
Te gusta el negro
y oscureces tus ojos con lentes.

Por qué no te los quitas
y me dejas sentir
directamente
tu mirada
que seguro quema.

De frente veo
tu pelo corto negro
tus labios que
a veces
esbozan una sonrisa
tenue
muy tenue y tensa.
De espaldas
cuando te vas
advierto que insistes con el negro
traslúcida blusa
que no sólo insinúa tu espalda.

Me gustaría ver tus ojos
(por favor, quítate los lentes)
saber en qué chingados piensas
cuando pasas
o imaginarte nerviosa
con tu ligero caminar de yegua altiva.
Pero prefiero masticar en silencio
mis fantasías
y saber que mañana
a la misma hora
diez minutos más
diez minutos menos
pasarás guapa
muy vestidita y arreglada
quién sabe a dónde.

Cántico espiritual

En estos tiempos de calor
la primavera acelera mis pulsaciones
yo
recién olvidado por una mujer
hago este canto que sirve para aligerar mis penas.
Una vez despreciado por Amor
me urge la caída en la carne
de todas esas hembras que furiosas me esperan.

Debo sentir que comienzo a vivir de nuevo
por eso quiero ver nalgas ondulando
péndulos que se mueven de un lado a otro
cuando caminan y marcan
¡oh dulce cadencia!
los calzones que las aprietan.

Vestidas con pantalones ajustados
o con esas cosas como segundas pieles negras
pegaditas pegaditas
o a contra luz a través de la claridad de las faldas
o tersas como pétalos de rosas cuando se quitan
la máscara de sus calzones satinados
son, ustedes, los bocados que mi cuerpo pide.

Curvas de hembra impetuosa
empaladas por sus tugurios húmedos más sabrosos
asientos del cine más oscuro y frívolo y carnoso
vengan a mí
que las necesito.

sábado, 7 de abril de 2012

Diario de un ojete, entrada número nueve

No jugarás con hipocondría de las personas


I

Es claro que cualquier evento que los medios sobredimensionen puede causar en las poblaciones de las grandes metrópolis una paranoia total. Era la época del primer brote grave de influencia H1N1. Yo estaba en el vagón del metro de la ciudad de México, cuando, sin querer, le metí el pie a una señora. Me volteé para pedirle una disculpa. “Estúpido”, me increpó. Y yo me encabroné. Nos enzarzamos en una discusión estúpida, donde los insultos no estuvieron de más. Yo, con la cabeza más caliente que nada, al ver que la señora no entendía que no le había metido el pie a propósito, decidí hacer algo inaudito. Me bajé el tapabocas y le tosí directamente en su cara. Algunas personas me miraron sorprendidas, otras murmuraron molestas y sólo algunos se rieron, pero nadie se levantó para recriminarme mi acción; tanto miedo tenían. Decidí lapidar la discusión. “Espero te dé influencia”. En la siguiente estación, me bajé, visiblemente enojado, pensando en el desenlace de aquella infortunada trifulca, en que quizá pudo haber habido un desenlace más excepcional que falsificara y redimensionara los hechos.

II

En el vagón del metro, una señora me gritó “estúpido”, cuando, sin querer, le metí el pie. Yo me encabroné, porque intenté disculparme y ella seguía increpándome mi falta de atención. Me enredé en una discusión estúpida y con la cabeza más caliente que nada hice algo inaudito. Me bajé el tapabocas y antes de poderle toser en la cara salieron dos policías y me cubrieron con un tapabocas que ellos traían y luego me esposaron. Me bajaron a empellones del vagón y perdí el conocimiento; no sé si por un golpe que ellos me dieron o por verme esposado. Cuando desperté, estaba en una sala blanca, con largos asientos de metal inoxidable, donde habían muchas personas como yo: esposadas y con un tapabocas de la PFP. En la parte alta de un mostrador que había al final de la sala, había un letrero que decía “Agencia para Prevención de Paranoia Ciudadana ante Posibles Brotes Infecciosos y Epidémicos APPCPBIE (acrónimo impronunciable)”. Casi me cago en los pantalones. Estaba como en una película gringa de conspiración pero a la mexicana.


III

Un día una señora se molestó conmigo porque tropecé con ella. A pesar de explicarle que había sido un accidente, la señora seguía recriminándome mi falta de atención. Le dolía el talón y el empeine. Se enojó y me gritó. Le grité de regreso y ella a mí. Dos personas trataron de calmarnos, y lo hicimos. Aunque murmurábamos. Nos vimos a distancia prudente. Ella escupía un poco al hablar, o así me pareció. De pronto, la señora deslizó un “pendejo” que me prendió más. Yo le grité otra vez. Ella se alejó y nunca más la volví a ver. Pinche gente cabrona.

miércoles, 4 de abril de 2012

Oficios número 1

Mi nombre es Jaime Jaramillo y mi brazo izquierdo está híper desarrollado. Soy de tez blanca y de complexión delgada. Tengo 42 años y he trabajado desde hace veinte empacando copas en cajas. Es un trabajo mecánico, fácil de hacer, pero que requiere mucha responsabilidad. Las copas que yo empaco no son comunes, es cristalería fina fina y nuestros clientes son tan exclusivos que no puedo ni siquiera pensar en sus nombres (cláusula de confidencialidad). Mi trabajo es muy bien remunerado y tenemos un doctor altamente especializado que nos atiende de todos los males laborales que nos pudieran aquejar.

Hace unos 17 años fue cuando mi brazo izquierdo comenzó a crecer. Empezó como una cosa cualquiera, mi brazo izquierdo estaba más desarrollado y mucho más fuerte y marcado, mientras que el derecho permanecía lánguido. Para ese entonces, hacía tres años que trabajaba en la empresa. Pero conforme pasaba el tiempo, mi brazo empezó a parecer el de un fisicoculturista. Ahora, con 42, ni siquiera el de Schwarzenegger en sus mejores tiempos es comparable. Desde los deltoides hasta los extensores de la mano tienen mínimo el doble de tamaño. Mi bíceps parece una manzana, incluso en reposo, y los tríceps son tres veces más grandes. Están duros como una piedra.

El doctor y yo estamos sorprendidos. Y no sabemos cuáles son las causas. Todo mi cuerpo es normal a excepción del brazo izquierdo. Incluso me han dado incapacidad para que vaya a visitar a los especialistas más renombrados y logren darme, aunque sea, una explicación a mi padecimiento, que, anoto, no impide desarrollar mis actividades diarias, pero sí da mala imagen a la empresa. Nuestros clientes son tan exclusivos y mamones que no podrían tolerar, ni en sueños, que sus copas traslúcidas fueran empacadas por un fenómeno como yo.

Mi nombre es Jaime Jaramillo y tengo 42 años de edad. Desde hace veinte trabajo empacando copas en cajas. Mis movimientos laborales se limitan sólo a mover el brazo izquierdo para recoger las copas. Me agacho un poco flexionando las rodillas y con la mano izquierda recojo la copa que no es ligera (alrededor de medio kilo). Las levanto sólo con el brazo izquierdo y la guardo en una caja. Cuando la caja está llena (12 copas), cierro las tapas con la mano derecha. Esta operación la hago alrededor de 2400 veces al día para cumplir con la cuota señalada de empacar 200 cajas. He desarrollado esta tarea durante años y para mover sólo el brazo izquierdo me pagan muy bien, además de que tengo seguro médico con los más renombrados especialistas.