jueves, 2 de diciembre de 2010

me apeno cuando caigo en cuenta
de que soy sólo un bruto animal
cuyas falacias y apariencias
de la inteligencia
no son más que quimeras que se desvanecen ante ti

yo que soy poeta
lector de mundos e inteligencias
caigo abierto cuando estoy contigo

no puedo ocultar lo mucho que me gustas
ni ante ti y menos ante mí

a pesar de razonar todo lo que tengo que razonar
me gustaría no sentir nada pero
no
sucumbo ante el encanto de verte recoger tus cabellos
o de verte simplemente hablar
o de los códigos que envías y que quizá yo entiendo distintos
y que tú todavía no sabes descifrar
o de cosas tan pequeñas que ni cuenta me doy de ellas

aquí
es donde me da pena porque no puedo hacer nada para evitarlo
y como un niño de quince años actúo sin control
en desbandada

siento coraje y cómo mis impulsos crecen cuando estás
aquí
viéndome a mí
desnudo

si tan sólo mis ojos no hablaran
y no te vieran
y me convirtieran en un bruto animal
dormido
y en un inteligente humano
presumido
ante ti controlado
sin este maldito coraje de saber que junto a ti me consumo
y me derrito como una vela que no te alumbra
nada

no sé cómo lo hiciste
pero hoy me hiciste llorar
sin siquiera
lastimarme

martes, 16 de noviembre de 2010

Siéntate, por favor

Esta felicidad, sentirme en este estado,
pensar tu cara aún por mí no gobernada
ni por mis besos ni caricias exaltada,
Me demanda, caliente, al atisbar cifrado.

Yo no puedo decirte dónde, mas otro lado
hay en donde cerrarás tus párpados amada
cuando vea las formas de reducirte centrada
al éxtasis gemido, obsceno grito de tu estado.

Aunque quieras o no, tu sonrisa exquisita,
tu sentar increíble que desmaya enmallado
incita al beso alto que evitas y no das

nada más; te lo digo yo así, estás súper rica,
cuando sentando terso tu sentar apretado
el latido vital crece en torno a mí asaz.


México D.F.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Sin título

Manejo la pluma como una extensión de mi pensamiento que vierte en crípticas (y luego no tanto) líneas lo que pienso e imagino. Soy un ser que raciocina y analiza. Mi extensión ya no lo es tanto el cuerpo, pero sí mi pluma que escribe.

Allá a lo lejos, siempre bien observadas, las actrices utilizan su cuerpo como una extensión de su pensamiento. Y esto atrae y gobierna mi mente, que simplemente observa pensando a quien piensa actuando.


1 abril, 2009
México D. F.

sábado, 19 de junio de 2010

Reverberación

La luz de la vela reverbera en la pared laqueada de la puerta de entrada.
Con suntuosidad y sensualidad
el aire se torna asfixiante,
no por opresor
sino por las ideas que me asaltan
y obligan a tomar la pluma
que estos versos escribe
sin saber a dónde llegarán.

Pero mi mente obscena y obsesiva se imagina tu vagina
iluminada por la luz de las bujías.
Mostrando las sombras sugerentes de tus huecos,
las líneas oscuras de tus vellos
y la carne apretada como de moluscos secos,
que pide a gritos la sal de la saliva de una lengua mojada
para abrir el pétalo de tu sexo en oquedad.

miércoles, 2 de junio de 2010

Diario de un ojete, entrada número cuatro

No entendí por qué todos se enojaron cuando le dije que no se confundiera al bizco.

domingo, 30 de mayo de 2010

Principio de oquedad

Para A. A.

Qué me dirías si te digo
que quiero jugar con el arete que está debajo de tus labios
que quiero tomarlo entre mi lengua
moverlo
y jugar mientras rozo tu boca
con los míos.
Qué me dirías si me pongo verdaderamente sensible
para que
con cualquier roce
cierre mis ojos y trate de sentirte.
Qué me dirías si revuelvo tu ropa
y busco tu boca y busco tu cuerpo
y busco tu cara y busco tu pelo
y me busco en ti mientras me tocas.
Qué me dirías si descubro tu desnudez
con mi mirada torva y mi boca seca que te degusta.

Sensible eres ante la caricia y sensible soy ante la tuya, pero quiero detenerme en un primer y único instante (y aquí fantaseo): en tu boca sorpresiva, en tus labios casi abiertos y tu mirada descubierta hundida en sí misma. Dante, por favor: “En medio del camino de nuestras vidas, me encontré en una selva oscura”. Principio de oquedad.

sábado, 22 de mayo de 2010

Instructivo número uno

chilaquilismo: m. — Corriente culinaria especializada
en la correcta manera de hacer chilaquiles.//
2. Todo lo referente a la hechura de los chilaquiles.//
Véase también comida mexicana.


Diccionario de Infortunios mexicanos.



Un día un extranjero aficionado a la literatura y a la cocina, más a ésta que a la otra, me preguntó la manera correcta de hacer chilaquiles, y la respuesta aparentemente fácil fue harto complicada ya que daba pie a escándalos por demás irreconciliables. Antes de contestarle, me acordé de mi familia; heredo de ella una cultura gastronómica que casi me convierte en cocinero. Como para nada en el mundo, no hay respuestas satisfactorias a las preguntas aparentemente fáciles. Como buen y orgulloso mexicano tomé con seriedad el tema, con responsabilidad moral ante el pobre extranjero que esperaba pacientemente mi respuesta. Preparé con cuidado mi monólogo y profundicé, sin más, en el tema.

—Mira, cocinar, al igual que cualquier arte, requiere de mucho trabajo. No es simplemente echar los ingredientes en la olla y dejar que se cuezan hasta obtener el platillo. En la cocina la materia prima son los alimentos, pero los alimentos en sí no terminan de dar ese giro culinario que exalta a más de un comensal, a más de un paladar. Se necesita amor, técnica, práctica y, sobre todo, imaginación. Es como escribir un cuento; cuentos y platillos no están exentos a este tipo de manejo, necesitan sus tiempos de cocción, tiempos de reposo y también algún tipo de técnica para poder abordar determinado tema (o ingrediente) con la mayor precisión posible.

Había logrado el primer paso con éxito, mi introducción al tema, harto complicado, había sido perfecto, había logrado introducirlo sin mucha complicación. Él me veía con atención. Continué.

—Alguna vez tuve una discusión airosa con un cocinero que se empeñaba en creer en que era mejor cocinero que yo, y no que no lo fuera, porque no lo era, pero me daba ternura su insistencia en el tema. El caso es que él y yo discutíamos siempre en la manera de cómo hacer una salsa para pizza y la discusión, cada terco con su tema, tomaba casi siempre tintes religiosos, porque el muy pendejo se empeñaba en ponerle zanahoria picada a la salsa de tomate, y aunque tenía toda la razón porque la salsa sabía muy bien, yo le decía que opacaba todo el sabor de la masa (en este punto también discutíamos; él quería ponerle solo agua; yo, necio, quería leche también).

Al final terminaba perdiendo porque yo era el pinche pinche y me tenía que joder, ¡a la esquina y pélate el saco de zanahorias! Este cocinero y yo terminamos peleados, él diciéndome que era un inútil y yo aferrado en que él era un pendejo. No importaba cómo, pero siempre le ponía Knorr Suiza a todo, al igual que Maggie e Inglesa. ¿Cocinar? Ni madres. Es como el típico escritor que justifica la incongruencia del texto sólo porque el personaje está loco, o, peor aún, porque escribe todo el tiempo con frases cortas, vagas y abiertas, bien post moderno.

—¿Entiendes bien el punto de mi ejemplificación? —le pregunté. Antes de que pudiera responderme, continué.

—No hay una sola manera de cocinar chilaquiles. Al final de cuentas qué son los chilaquiles: viles tortillas fritas en un poco de salsa picante con un poco de crema y queso. (Algunos cocineros le ponen pollo, yo no). Nada más. Así como no hay un cuento universal, tampoco hay chilaquiles universales. Yo no te puedo dar una receta, porque no creo en ellas; en cambio, te voy a dar las herramientas para que hagas unos chilaquiles ricos, pero el resultado depende de ti, no de mí.

Lo primero que tienes que tener en cuenta es saber a dónde está dirigido el cuento, la meta por así decirlo. Cuando sabes esto, tienes un pie dentro de la olla. Si vas a hacer chilaquiles haces chilaquiles y no cualquier barrabasada parecida. Hay que seguir con el fondo, buscar que el ambiente del texto sea idóneo para el tema y que haya siempre equilibrio. Porque estarás de acuerdo que no es lo mismo hacer una salsa de chile de árbol, donde previamente todos los ingredientes fueron asados en un comal y aderezados con pimienta, sal de grano, piloncillo y, quizá, un poco de especias aromáticas, a cocinar una salsa de chile de árbol con cebolla, agua, ajo, a la licuadora y listo. Se tienen que rellenar los huecos. Tienes que imaginarte un lienzo que debes pintar y para hacerlo hay muchas maneras. Puedes escoger un color de fondo y luego pintar todo encima de él, por ejemplo. Pero nunca va a ser igual que si pintas con el mismo color sobre blanco; el matiz va a ser diferente, pero muy importante.

El segundo paso es la caracterización de los personajes, para esto debes de ser también muy cuidadoso, debes, antes que nada, buscarlos frescos, siempre frescos, del mismo día si se puede y que, a la vez, también estén maduros, porque una cebolla, siempre va a ser una cebolla, pero las va a haber moradas o blancas, pasadas o frescas. Y para que los personajes no choquen entre sí, debes de armonizarlos con sumo cuidado. No es como en el teatro en donde el conflicto es importante. Acá no, puedes tener contrastes, variaciones sutiles en el paladar, pero nunca, y te lo afirmo, nunca un conflicto. ¿No le podrías a los chilaquiles pescado?, ¿o sí?

Observé detenidamente al extranjero mientras esperaba su respuesta.

—¿O sí? —volví a preguntar.

—No —me contestó con la cara algo compungida.

Comprendí que me había entendido y proseguí.

—El pescado entraría como el tercero en discordia, sería una arista indeseable, por eso hay que tener en cuenta que los personajes estén amalgamados de una manera correcta. Pero aquí debo de matizar un poco, en un cuento, sí se llega a dar el conflicto, pero en la cocina no. Nomás como apunte cultural —agregué.

—Ya que sabes a dónde quieres llevar tu platillo, tienes a los personajes y tienes también el ambiente en el cual vas a situar tu creación, debes de hacerte la pregunta, ¿cómo los voy a hacer? En otras palabras, ¿cómo voy a contar el cuento? Y aquí hay una problemática con trasfondo cultural. Hay personas que prefieren que las tortillas estén blanditas, medio remojadas, pero otros creen que la tortilla debe de estar frita en abundante aceite para que quede crujiente y dura. El crocante, para mí, muy importante. Mira, para que no te enredes, lo único que tienes que hacer es contar bien una historia. ¿Cómo? Como puedas. Sucede lo mismo con los chilaquiles, lo único que tienes que hacer es hacerlos bien. Nada más.

El extranjero me observaba con detenimiento, se balanceaba de un pie al otro y empezaba a mirarse las manos y el reloj; se estaba desconcentrando. Me apuré para terminar.

—Al final ya puedes agregarle toques personales, algo como tu rubrica. Por más que busques nunca, y lo digo a manera de verdad universal, nunca vas a encontrar una receta igual a otra, es tema casi de orgullo nacional, como irle a la Selección. Todo el mundo va a decir que tiene la mejor receta; hay unos que les gusta con epazote, otros que con salsa campechana, a unos, ya en plena perversión, se les ocurre además de la crema, el queso, el epazote, las tortillas, la cebolla, y la mezcla exacta y secreta de chiles, añadirle un huevo frito o dos. ¡Salud, no cagas en tres días!

—Tú como creador debes de entender que hay sólo tres puntos básicos: el ambiente o el fondo, los personajes o los ingredientes, y tu meta, a dónde quieres ir. Lo demás es libre. A mí no me gusta guiarme por recetas, porque al final el resultado siempre va a ser distinto, o tú crees que los cuentistas leen su Manual del Cuento Perfecto. ¿Verdad que no? No, pues no. Eso es todo, sólo tortillas, salsa, queso y crema. Nada más.

Con la cara afligida y algo conflictuada, el extranjero me dio las gracias y se fue caminando desconcentrado, sin rumbo fijo. Nunca supe si había entendido la esencia de los chilaquiles, pero sabía que le había dado una respuesta veraz y con mucha responsabilidad; yo había tomado su pregunta con seriedad y no me había salido por la tangente. Además, estaba contento, porque acababa de escribir un cuento.

jueves, 20 de mayo de 2010

(sin título)

Hoy vi a una chica que se parecía mucho a A. Era morena (un poco más morena que A.), bajita (un poco más alta que A.), y tenía el pelo rizado (un poco más que A.) Además de eso, era muy hermosa (como A.), por un momento pensé que era ella y a pesar de su mirada baja, porque leía un folleto, traté de resolver si era o no.

Me puse muy nervioso, porque quería verla desde hace mucho. De verla y volverla a tener, de tenerla y volverla a querer.

Pero después de ver que no era A. y darme cuenta de que también tenía una muy buena figura, unas nalgas firmes, pulposas, y una cara por demás linda y agraciada, una sola cosa más llamó mi atención, su apenas leve papada acentuada por leer el folleto con la mirada baja. Dos líneas, sólo dos, marcaban ese abultamiento carnal, dos líneas, un poco más blancas que su piel morena, que delimitaban a la mandíbula y al cuello: una papada fina, no molesta, apenas perceptible como aquélla de A., quien al ser penetrada bajaba su cabeza para verme, mostrándola.

martes, 18 de mayo de 2010

El diario de un ojete, entrada número tres

A un amigo saxofonista le dio pancriatitis (o como se diga) por el mucho beber y por el mucho tomar, así, con infinitivos sustantivados. Mi amigo se me moría en gerundio (porque quién sabe cuándo empezó a morirse), y yo que le invito una chela. No me ha dado las gracias, pero sus ojos ya se ven más rojos y amarillos. Dizque es el higado (o el páncreas). Da lo mismo.

Pensé, por un momento, que cada vez se acercaba a ese grupo de músicos que sobresalían no por su dominio del instrumento, sino por lo mucho que se atascaban. Porque los hay chingones, los buenos y atascados (los que sí se mueren). No seudoaficionados, drogados y malos. Siempre lo he dicho, no se trata de drogarse y hacer arte; si no de hacer arte y drogarse y morirse.

El diario de un ojete, entrada número dos

Manejaba rumbo a mi casa; en un semáforo vi a un inválido en su silla de ruedas y me pidió limosna. Sentí unas inmensas ganas de decirle: “Vamos Lázaro, levántate y anda”. Pero al instante me sentí como un verdadero ojete. Aceleré rápido y me fui sin darle un centavo. Nunca le dije nada, y el inválido nunca andó.

viernes, 23 de abril de 2010

El diario de un ojete, entrada número uno

El Baches

Tengo un amigo a quien yo quiero mucho. Es una persona amable y muy honesta, cuando te dice algo lo dice de frente, sin tapujos. A veces se siente triste porque no tiene gran éxito con las mujeres (no quiere decir que yo sí, ni que fuera quién), pues tiene la cara llena de granos; él lo sabe y yo también, se lo he hecho notar –si él es tan honesto, lo mínimo que puedo hacer, es ser igual de honesto con él–; él acepta mis comentarios y se pone cabizbajo, no ha podido hacer nada con ese problema de pubertad.

Su tristeza me toca en lo más hondo de mi ser. Jamás le he podido decir a la cara el apodo, que todo mundo sabe, menos él.

domingo, 11 de abril de 2010

Silencio goteante que suena por su ausencia.
El hueco vacío de la gota que horadó el suelo se encuentra pidiendo más,
Espera con la boca abierta
a que se llene el vacío creado por un volumen distante.

Silencio goteante que falta por su sonido,
Por el espacio que configuró pero que ya no ocupa.

Silencio por la falta de...
(me corrijo)

ausencia por la presencia del no ruido,
Por aquél estar de algo indecible
Que sacude las cimientes de nuestros secretos
En el encuentro con el inaudible silencio.

Silencio goteante que suena por su ausencia,
Que escurre lentamente debajo de la puerta,
Susurrando y deslizando el cariz del tiempo,
La veta de aquél que no puede detenerse y que está siempre presente.

sábado, 27 de marzo de 2010

Ecuaciones literarias

x = y

Me pareció, como si aquello que llamamos comúnmente sueño e imaginación fuera el conocimiento simbólico del hilo secreto que se extiende a través de nuestra vida, trenzándola y otorgando cohesión a todas sus facetas. Se debe considerar perdido, sin embargo, al poseedor de este conocimiento que cree haber cobrado la fuerza suficiente como para romper violentamente el hilo y habérselas, cara a cara, con el poder oscuro que nos domina = Now, a man may live, a man may die searching for the question why. But if he tries to rule the sky he must fall.

¿Es acaso E. T. A. Hoffman igual a Cat Stevens (Yusuf Islam)?

No.