martes, 11 de enero de 2011

Diario de un ojete, entrada número cinco

El cerillo


Hay en mi familia, por parte de mi mamá, un gen hereditario que es explosivísimo. Varios de los conflictos familiares más graves se han suscitado exactamente por la explosividad que todos tenemos, mi madre la que menos. El caso es que una simple chispa termina en una detonación de tamaños mayúsculos pero que se sofoca casi inmediatamente con una estela de culpa muy marcada.

En la calle en la que vivo hay una mujer que es golpeada por su esposo. Sucedió que yo estacioné mi coche en la entrada de mi casa tapando un poco la acera para el paso de los peatones. La vecina, que es muy enojona, me recriminó con acritud. Yo, valga decir, traía prisa y la mandé a chingar a su madre. Nos enzarzamos en una discusión tonta. Algo le dije que le molestó mucho y me dijo: “Muchachito, sólo no me faltes el respeto”. A lo que yo, francamente encabronado, le contesté: “Pero si a usted se lo faltan todos los días en su casa, y su marido”.

Su semblante su puso lívido y no entiendo todavía cómo no me soltó una bofetada. Yo me quedé callado, murmurando el eco mental de mis palabras. Me di media vuelta y me metí en mi casa, pensando en este gen tan desastroso que tantos despropósitos me ha hecho cometer y con la culpa que rayaba mi consciencia intranquila. Ya no he vuelto a estacionar mi coche frente a mi entrada y tampoco le he vuelto a mencionar, ni siquiera tangencialmente, la violencia interfamiliar.

1 comentario:

pukirocks dijo...

la verdad no peca pero incomoda
pinches viejas que se queiren desquitar con todo el mundo de lo que les hacen en su casa
me cagan la madre
no buscan quien se las hizo si no quien se las pague