Todos tenemos semanas o meses o
años jodidos que parecen pegarse uno tras otro en
una inexplicable
serie de días lóbregos que no acaban. No voy a justificar mi texto pensando que cuando lo ideé estaba pasando por
una rachita medio pinche. En realidad lo pensé
después de hilar dos hechos en la vida de Frank Zappa de forma cronológica. Dos semanas que no sucedieron en su
vida privada y que tampoco son especulativas; al
contrario, estuvieron bastante bien documentadas, a la vista de sus espectadores. Lo bueno es que todo lo malo se
acaba y, a veces —recalco el a veces—, tienen un
final feliz: una rola icónica y dos discazos, muy a pesar de la silla de ruedas y el cencerro, sobreviviente extraño de un
concierto en llamas.
Frank Zappa fue un músico
autodidacta que acaparó casi todos los géneros posibles, desde el rock hasta el
reggae, desde el jazz hasta la música clásica. En las semanas que me ocupan,
todavía tocaba con los Mothers of Invention, y sus conciertos, tanto con ellos
o como solista, son recordados por geniales, estrafalarios, críticos,
extravagantes, irreverentes pero, sobre todo, por su altísima calidad interpretativa
y musical. Muchas anécdotas circulan sobre las audiciones para poder tocar con
él, como también de sus ensayos, que eran exigentísimos, pues tenían que
practicar hasta 8 horas diarias, cinco días a la semana. Demandaba de sus
músicos lo máximo, obligándolos a interpretar cosas casi imposibles como “The
Black Page”, una pieza para batería que se llama así por tener tantas notas que
la hoja de las partituras es casi negra. A Zappa nunca le gustaron las drogas y
tampoco le parecía que sus músicos las consumieran. Se supone que de ahí viene
su aberración por Velvet Underground.
Así que tocar en su banda era tocar
en la élite: blues, jazz, rock, reggae, en tiempos compuestos pero en sus
variaciones más perras. Además, por sus posturas políticas e ideológicas, se
burlaba de quien fuera y como fuera; sus comentarios sardónicos y mordaces
venían siempre de una crítica feroz del American Way of Life y otras refinadas
contradicciones de la cultura estadunidense.
El 4 de diciembre de 1971, a la
mitad del concierto en el reconocido festival de jazz de Montreux, Frank Zappa
y sus músicos estaban ejecutando “King Kong” cuando alguien del público disparó
una bengala y el casino se incendió. En la grabación del concierto se pueden
escuchar los crujidos del incendio y a Zappa pedir al público la salida ordenada
de recinto. Todos salieron. No hubo ni una sola muerte, a pesar de que muchas
personas creyeron que el fuego era parte del espectáculo y no estaban al tanto del
peligro que corrían. Tal era la reputación de sus conciertos. La verdad es que
el casino sí se incendió, y quienes presenciaron desde fuera, vieron cómo todo
el edificio ardió en cuestión de segundos, incluyendo los instrumentos del
grupo. Sólo sobrevivió un cencerro. Ese mismo día, Deep Purple se encontraba en
un estudio móvil de grabación registrando su nuevo disco. Ellos pensaban
grabarlo en el casino. Sin embargo, desde el otro lado del lago observaron cómo
el lugar se derrumbó ardiendo e inmortalizaron lo sucedido en “Smoke on The
Water”, que es el primer final feliz de esta historia.
Pero Zappa estaba en gira y tenía
que tocar forzosamente en Inglaterra a la siguiente semana. Como el grupo no
tenía instrumentos, tuvieron que rentar el equipo para poder cumplir con el
toquín. Hay una entrevista en la que él se deslinda por completo de la calidad
del concierto, pues afirmaba que no era posible acoplarse a un equipo nuevo en
tampoco tiempo. Malos augurios.
En Londres, cuando lograron acabar el
concierto, en el encore el grupo tocó una versión burlesca de “I Wanna Hold
Your Hand” de los Beatles, un novio celoso (dicen que también fanático del
cuarteto) empujó a Zappa del escenario, quien acabó en el foso de la orquesta
con el cuello torcido de tal manera que sus músicos creyeron que había muerto.
Tuvo heridas en la cabeza y espalda, una pierna y una costilla fracturada y su
laringe resultó tan seriamente dañada que el tono de su voz se volvió más
grave.
Corolario de una racha jodida,
Zappa tuvo que estar más de un año alejado de los escenarios. Durante ese
periodo grabó dos joyas de su amplía discografía. La primera fue Waka/Jawaka;
la segunda, The Grand Wazoo: más jazz y menos burla. Los otros finales felices
de esta historia.
***
El destino es caprichoso y burlón.
Sabemos que sin duda hubo peores semanas que las narradas en su vida; por
ejemplo, las que derivaron en su muerte. Cabe destacar la ironía con la que el
hado jugó con el músico: 22 años después, el 4 de diciembre de 1993, el mismo
día que empezó su mala racha, Frank Zappa moría de cáncer de próstata.
Seguramente lo recibieron con “Why Does It Hurt When I Pee” en el lugar destinado
para los genios más chingones.
*Texto originalmente publicado en Dalmata